jueves, 12 de diciembre de 2013

JUEVES 12 DE DICIEMBRE, La Luz encendida

Tiempo de adviento


Antes de partir para aquel lugar lejano, y hacia aquel tiempo indefinido, la esposa le había dicho:
‑ Te encomiendo los chicos.
En esa frase el había intuido todo el programa para ese tiempo de espera, que alimentaría el anhelo del retorno. Los intereses de su esposa ausente, serían para el ahora sus propios intereses. En cada actitud suya de esfuerzo sufrido o de alegría conquistada, sentiría estar cumpliendo la confianza que en el había depositado el ser amado al partir. La presencia constante del ausente en regreso sería para el la motivación de cada una de sus actitudes, la fuente viva de la fuerza para su actuar en las pequeñas verdades provisorias de cada día.
Muchas veces en su historia de compromiso y de amor había vivido la ausencia de su esposa. Y muchas veces había tenido que alimentar la espera, y había tenido la experiencia de la fidelidad del retorno. Pero nunca la ausencia había sido como esta. Nunca lo había sentido tan lejos. Ni había sido tan larga la espera. Poco a poco sus cartas se habían hecho menos frecuentes. Los amigos que venían trayendo noticias de Ella eran raros y hablaban sólo de datos lejanos y como si fuera de oídas. Y fue entonces que muchas otras voces y comentarios comenzaron a llegarle cada vez con más insistencia.
Se decía de Ella, que ya no volvería, que se había olvidado de sus promesas. Le decían que la había olvidado, que su corazón ya no estaba con el, que tenía sus intereses en otra parte.
Esa ausencia tan prolongada; ese silencio tan espeso: ¿no eran acaso una prueba de que tal vez los comentarios tuvieran razón?
Y entonces la fidelidad comenzó a hacerse difícil. Cada esfuerzo por lo suyo se convertía en dolorosa duda. ¿Realmente Ella sentiría todavía esas cosas como suyas? Esos esfuerzos exigían una fidelidad muy profunda. Pero, justamente: ¿no era esa fuerza de fidelidad lo que empezaba a flaquearle?
Fue entonces que los demás empezaron a notar en el una actitud nueva. o al menos, que ellos sintieron como nueva. Por las noches comenzaron a ver que se encerraba en la intimidad de su alcoba, y que allí en el silencio de la noche su lámpara permanecía encendida. Muchos pensaron que se encerraba para llorar. Para desahogarse sin que nadie le viera. Para vivir en lo secreto la amargura que su orgullo no le dejaba reconocer ante los demás. Para reconocerse en lo secreto lo que todos creían conocer, y que sólo el parecía querer ignorar. Para confesarse a sí mismo sin testigos, que tampoco el creía ya en el retorno del que amaba.
Y sin embargo, había un detalle misterioso en esa actitud. Y era que el salía de esas largas rumias de intimidad, más animosa. Salía de esas noches con una alegría serena, y una fuerza nueva que le permitía una profunda fidelidad a las exigencias de cada detalle de su vida de espera y de dedicación a los intereses de Ella. Volvía para encender en cada hijo el cariño por la madre ausente y a alimentar en todos la vigilante espera por su próximo retorno.
Lo que nadie sabía, era que en esa intimidad había un tesoro que sólo el conocía. Porque ese hombre tenía un corazón profundamente humano. Un corazón con capacidad de conservar todo lo que había recibido de vida. Y allí en el silencio de espera de sus noches solitarias, volvía a releer y meditar aquellas antiguas cartas de amor que había recibido de Ella. Cartas que en tiempos ya maduros habían alimentado sus esperas, siempre cumplidas. Cartas que le hablaban de ausencias vividas y de reencuentros profundos gracias al crecimiento mutuo de la ausencia.
Allí volvía a encontrarse con el corazón de Ella; volvía a sentirlo latir. La reconocía y no podía negarle de nuevo su . Cierto que esos retornos habían sido siempre retornos provisorios, y que siempre habían exigido nuevas partidas. Pero en esa vieja historia de amor y fidelidad había crecido un conocimiento del corazón de Ella. En la lectura de esas cartas, y en la rumia de esos acontecimientos, el volvía a reencontrar todo el sentido de su espera y la fuerza para vivir su adviento.

publicado en el libro Fieles a la vida, Editorial Patria Grande

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