Muchas veces tenemos delante de nosotros aquello que andamos buscando, aquello que necesitamos, y no lo vemos. Puede ser el amor de alguien, su atención o cariño, puede ser la respuesta a alguna de las preguntas importantes sobre nuestra vida. Pero andamos demasiado distraidos como para darnos cuenta, esperamos quizás encontrar todo eso de una manera especial, espectacular, no sé dónde ni cuándo, siempre en el futuro y nunca aquí cerca de nosotros.
Escuchad con atención lo que le ocurrió al discípulo de un maestro
oriental:
“Un maestro dio una orden extraña a uno de sus discípulos: “Tráeme
un gato negro con la cola blanca. Sólo entonces podrás seguir el curso como
discípulo mío”.
Lo que más le interesaba era
continuar en la escuela de ese maestro cuya dirección aseguraba el progreso
espiritual y la iluminación definitiva. Llevaba ya años con él. ¿Cómo podía
echar a perder todo eso? Había que encontrar a toda costa un gato negro con
cola blanca. Y salió en su busca.
Vio muchos gatos. Vio gatos negros
con cola negra, y gatos blancos con cola blanca, y gatos de mezclas de colores;
los vio de día y los vio de noche, los vio de lejos y muchas veces creyó haber
encontrado el ejemplar que buscaba, pero nunca resultó ser así.
Pasaron los días. Pasaron mil gatos. Pero no pasó ante su mirada un
solo gato negro con la cola blanca.
Volvió a su maestro y confesó su
fracaso. El maestro escuchó con paciencia. Mientras escuchaba, acariciaba al
gato de la escuela que correteaba a placer por todos los rincones y se
refugiaba a ratos en el regazo del maestro como un discípulo más. El maestro
escuchó y no dijo nada. Sólo siguió acariciando al gato. El discípulo acabó de
hablar. Levantó la mirada para adivinar el rostro del maestro. Éste siguió
acariciando al gato. La mirada del discípulo bajó del rostro del maestro al
cuerpo del gato, y luego del gato, a su cola. Era un gato negro con la cola
blanca, era el gato de siempre, el del maestro, el de la escuela. Mil veces lo
había visto... pero nunca lo había visto. Ésa era la lección. Lo tenemos
delante de lo ojos y no lo vemos. Aprendamos a ver.” (Carlos G.
Vallés S.J.)
ORACIÓN
Pidamos a Dios, que igual que Jesús, seamos hombres y mujeres con
los ojos bien abiertos, sobre todo con los ojos del corazón bien dispuestos a
ver lo que tenemos delante, lo que Dios mismo nos ofrece como regalos en todos
y cada uno de los días de nuestra vida.
Que seamos capaces de ver también todo el sufrimiento y necesidades
que hay a nuestro alrededor, en nuestra familia, amigos y compañeros, pero
también en los que están más alejados de nosotros y que necesitan también de
nuestra cercanía y solidaridad.
PADRENUESTRO
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