En la vida hay cosas que son cíclicas. Se van, y vuelven con regularidad. Y otras cosas van
hacia delante, lanzadas como una flecha. Por ejemplo. Cíclico es el paso de las estaciones,
las cosechas, el calendario que vuelve con sus fechas fijas año tras año. Cíclico es también
el baile de los estados de ánimo para muchas personas (nunca dura eternamente la alegría,
ni la tristeza, la nostalgia, ni la diversión). Lineal es el paso del tiempo, que nos va haciendo
más mayores –y más sabios–. Las relaciones personales van hacia delante, nacen, y
después se van construyendo, cargándose de equipaje…
Pues bien, el Adviento es también un tiempo de dos direcciones.
Ya estamos de nuevo empezando. Coronas de Adviento. Lecturas de la profecía.
Enderezad los caminos. Ven, Señor Jesús…Todo esto vuelve, regularmente. Como
volverán en el ambiente exterior las alusiones a navidad, las campañas publicitarias, las
luces iluminando las calles, la lotería o los turrones. Y el niño, al que hace tan solo una
semana celebrábamos como Cristo Rey, Señor del Universo, se ha convertido de nuevo
en promesa, acogida por una mujer sencilla. Volvemos a comenzar porque para cada
uno de nosotros es importante recordar el viejo relato, para seguir construyendo desde ahí. Porque en la vida, y en la fe no todo puede ser novedad, sorpresa y cambio. Hay una
historia de siempre que está llena de verdad. Y tiene sentido volver una y otra vez sobre
ella. |
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