¡Ojos
que no ven, corazón que no siente!, dice el viejo refrán.
En
María, esto no se cumplió. Vivió siempre con los ojos
puestos en los planes que
Dios tenía preparado para Ella.
En
Nazaret, con sus pupilas dilatadas, dijo que "sí". Que,
estaba
dispuesta, como un cheque en blanco para que Dios
firmase cuando quisiera y
como quisiera.
En el
crecimiento de Jesús, abrió bien los ojos para que, Jesús,
anduviese por los
caminos que conducían a Dios.
En el
final de la vida de Jesús, aún con lágrimas,
nunca el sollozo se antepuso a la
altura con la que,
María, encaró y vivió la pasión, la muerte y
la resurrección
de Cristo.
Y es
que, María, abrió los ojos para Dios y, además,
le brindó todo su corazón.
¿Se
puede esperar más por parte de Dios?
¿Pudo dar más una humilde nazarena que a
sí misma?
Silencio y Compartimos. Pedimos o agradecemos Theotokos, Icono Bizantino Siglo XII
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