En una pequeña habitación, en la que sólo había un camastro, Vivía un maestro. Los seres que han alcanzado la iluminación tienen también su propio carácter: unos son callados y otros más locuaces; unos se muestran más enérgicos y otros mas sumisos. El iluminado de nuestra historia era de lo más singular. Ponía especial empeño en no desairar, ofender nunca a nadie. Su existencia era muy simple. Daba un corto paseo al amanecer y luego se sentaba en el jergón a recibir las gentes que iban a visitarle. Estaba provisto de toda afectación y mostraba siempre una gran humildad. una cariñosa sonrisa solía aflorar a sus labios.
la gente le había tomado mucho cariño y le llevaba toda suerte de alimentos y bebidas en señal de amistad, Como predicaba no desairar jamás a nadie, porque todos eran sagrados para él, aceptaba lo que le dieran: dulce o salado, agrio o ácido, alimento solido o líquido. lo más curioso es que los restos de las comidas, las cáscaras y otros residuos los arrojaba después detrás de su jergón (colchón relleno de paja), y a pesar de la gran pila de basura el lugar nunca desprendía mal olor.
Un día, el iluminado entró en meditación profunda y se fundió con la inmensidad. Cuando retiraron su cadáver se descubrió que los deshechos acumulados por el maestro no se habían descompuesto.
Dice el maestro: si la intención es pura, los resultados también lo son.
Como creyentes, como Cristianos, como no creyentes, como humanistas, podemos aprender algo de está historia oriental. Siempre y cuando tus actos sean sinceros, puros, sin mala intención, así lo serán tus resultados.
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