Nos dice
San Pablo que el mayor de los dones es el amor: “el amor es paciente, es
amable, no es envidioso ni orgulloso, no busca su interés...” El amor es gratuito, pero en nuestro mundo muchas
veces se nos olvida el significado de la
palabra ‘gratuidad’...
Aquí es el mercado.
-¿Cuánto vale su persona?
Se puede
comprar por partes,
compramos
niños en América por
diez mil
pesetas.
Si es un
niño de la calle,
no vale
siquiera el precio de una bala.
-¿Cuánto
vale su mujer?
Por un
millón de dólares,
¿no
vendería su alma?
Hoy se
vende por menos:
se
venden financieros y políticos,
se
venden filósofos, artistas y poetas,
se
venden hasta los profetas,
como
aquellos cortesanos y palaciegos,
se venden
los magos y adivinos,
los
sacerdotes, que negocian con
bendiciones
y con
las cosas más santas...
-¿Cuánto vale la Iglesia?
Compramos sus
liturgias, fiestas y sacramentos,
organizamos
con ellos los más preciados mercados.
Compramos
y vendemos.
¿Cuánto
vale, señor cura, el bautizo? ¿Y la misa, cuánto vale?
¿Se
puede pagar con misas?
¿Y
cuánto valdría Dios?
Ya su
Hijo fue vendido por treinta monedas de plata.
No fue
mucho, es verdad.
¿Por
cuánto se vendería hoy?
¿Y
cuánto vale el Espíritu Santo?
-¿Cuánto
vale Dios?
Si no
acepta dinero,
le
podemos ofrecer oraciones, velas, incienso, sacrificios...
-¿Que Dios es gratuito?
¿Qué quiere decir ‘gratuidad’?
Esa palabra no viene en nuestros programas y ordenadores
-Quiere decir que Dios se regala.
¿Sabes lo que vale Dios?
Vale sólo una palabra:
vale un “sí”, un “ven”, un “¡Padre!”,
vale un “Hágase, heme aquí”, vale tanto como un deseo, una
entrega,
vale, si quieres, el alma.
Vale tanto y tan poco.
Puede valer un mundo y un cielo.
Para el que realmente lo desea,
Dios no vale nada
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