Voy a hablaros de Dios cual si fuera a crearlo. El es esta alegría llagándome por dentro
cuántas veces, amigos, yo me encuentro de súbito con toda la fragancia de su júbilo inerme.
El pulso de Dios tiembla en las cosas pequeñas y sé que su mirada se detiene despacio
en el trozo de pan que sobró de la cena o en el vaso de agua que bien cuidó el cansancio
de un pobre esta mañana.
tan húmedo y tan blando la cantarera allá... Y en esta azul nostalgia
de mi infancia perdida; en este anhelo tenso que siento yo esta tarde
por volver a encontrarme con el niño de entonces.
Voy a hablaros de Dios sin saber lo que digo o quizá tan sabiéndolo que no existan palabras
donde quepa su luz. Voy a intentar hablaros de este Dios que me habita
la fiebre de mi espera.
¿Cómo puedo yo hablaros de Dios si está dentro de mi piel, mi saliva,
de mi sangre y mi tuétano? Debería romperme como un cántaro ahora
y derramarme en agua de El por todo el surco de este poema último dolorido de amor
o deciros tan sólo que de El yo no sé nada.
O sí, tal vez, Dios me ha sorprendido la boca algún ocaso, y ha estallado en mi cara
en su roja quemadura. Me parece que sufro el pudor primerísimo
de una noche de bodas.
Dios me es aún más íntimo que mi cuerpo desnudo.
Sé ahora lo imposible de poderos mostrarlo porque es como un piropo
que se pega a mi piel.
Valentín
Arteaga
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