LA VASIJA AGRIETADA
Un cargador de agua de la India tenía dos
redondas vasijas de barro. Diariamente las colgaba a los extremos de un palo y
las llevaba encima de los hombros. cada amanecer y cada atardecer recorría a
pie el largo camino que va desde el arroyo hasta las casas de la aldea. Gracias
a su trabajo podía calmar la sed de su familia y de los aldeanos más pobres del
lugar.
El aguador había modelado las dos vasijas a
partir de un trozo de arcilla, compaginado el movimiento de sus manos amorosas
y moviendo el torno con el pie, al ritmo deseado. A una de ellas la selló con
su dedo, era el sello personal del artista. Luego las introdujo en el fuego del
horno para cocerse y adquirir una forma definitiva y consistente. Las formó
cóncavas y grandes, teniendo en cuenta los pedidos y necesidades de la gente.
Aunque las hizo de la misma pasta y tamaño,
una de las vasijas tenía varias grietas, mientras que la otra era perfecta y
conservaba todo el agua hasta el final de su destino, pero cuando llegaba la
vasija rota, sólo tenía la mitad del agua.
Durante varios años esto fue así diariamente.
Desde luego, la vasija perfecta se sentía muy orgullosa de sus logros, pues se
sabía perfecta para los fines para los que fue creada. Pero la vasija agrietada
estaba muy avergonzada de sus propia imperfección y se sentía miserable, porque
sólo podía cumplir la mitad de lo que se suponía era su tarea.
La vasija quebrada expresó al aguador su
insatisfacción, hablándole con sensatas y buenas razones:
Me siento triste porque soy un recipiente
inservible, ¿no te das cuenta de que a través de mis grietas sólo puedes
entregar la mitad de mi carga y sólo obtienes la mitad del valor que deberías
recibir? Me avergüenzo del agua que desperdicio a través de mi pobre barro y de
las viejas cicatrices que arrastro. Estoy segura que he defraudado tus
expectativas. Abandóname como a cacharro inútil, y haz otro nuevo.
La vasija rota fue adquiriendo una
sensibilidad extrema a los cambios climáticos. En épocas de frío, sus rajas se
alargaban cuando alguien despreciaba sus grietas porque le quitaban belleza y
valor. A veces era peor, si percibía silencios de cementerio a sus alrededor,
la hacían encorvarse y transformarse en objeto convexo. Sentía la impotencia de
ser un cuenco frágil, y le reprochaba a su alfarero: ¿por qué me has hecho así?
. Empezaba a desconfiar de sus propios recursos, a autodespreciarse y a su vez
se angustiaba de perder cada vez más agua. Pero sus metas perfeccionistas de
nada le servían. Había días que la paralizaban para seguir cargando el agua.
El alfarero y aguador que no había perdido la
mirada sobre su vasija, se inclinó, la tomó del suelo y la estrechó largo
tiempo entre su pecho. Acarició su hendidura que al moldearla la hiciera al ser
sellada con su dedo. La hacía tan personal... la alzó sobre el torno, la
recubrió con sus grandes manos de caricias arcillosas, respetó sus grietas, la
hacían muy especial ..., con su suave aliento la sopló vida y arreció sus masa
con un poco de fuego.
El dueño tomó a la vasija sobre sus rodillas,
la miró con ternura y le reveló con dulce voz, preciosas palabras de amor:
Yo metí mi mano en tu entraña,
el tamaño y forma de tu cavidad se parecen a mi mano. Me saliste un cuenco
imperfecto, pero donde cabe un corazón grande y bueno. si tuviera que volver a
crearte, te haría otra vez de la misma forma y figura. No eres tú quien me has
elegido a mí, sino que soy yo quien te he elegido y no te he pedido perfección,
sino que des el fruto de amor que puedas, con lo que eres, entonces harás
maravillas.
Cuando vuelvas a casa quiero que
notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino, cómo esperan tu
paso y te saludan agradecidas
Así lo hizo la tinaja. Y en efecto, vio un
camino sembrado de flores multicolores. Pero, de todos modos, se sentía apenada
porque una vez más sólo conservaba dentro de sí la mitad del agua que le
gustaría llevar a las casas.
El aguador le dijo entonces:
¿Te diste cuenta de que sólo las
flores crecen a tu lado del camino? Siempre he sabido de tus grietas y quise que
colaboraras conmigo en mi oficio. Necesito de ti. Sé bien cómo eres y por eso
te quiero así. Un día se me ocurrió sembrar de semillas el camino por donde
vamos y todos lo días las has regado y durante estos años yo he podido recoger
estas sencillas y hermosas flores para regalar a nuestros amigos, los pobres
que necesitan de nuestra agua, pero también de la fragancia y belleza de una
flor. Mira, si no fueras exactamente como eres, con todo, y tus grietas, no
hubiera sido posible crear tanta belleza.
Desde entonces , la vasija nunca más dio
importancia a aquello que le paralizaba y entristecía, aprendió a VIVIR
confiada sobre los hombros de su creador, insegura de ella pero segura de aquel
junto a quien quería permanecer el resto de su vida. Se sentía orgullosa de
tener un dueño que nunca abandonaría la obra de sus manos y no la permitiría
desperdiciar ninguno de sus dones.
"Llevamos un tesoro en vasijas de barro,
pero no para que quede en nosotros sino para que los demás participen del don
recibido". Así nuestra tinaja aprendió a aceptarse, dejarse llevar por el
aguador y encontró que hay más alegría en dar que en recibir.
La gente del
lugar daba gloria a Dios por las maravillas que realizaba con su frágil
vasija, como si una fuerza tan extraordinaria procediera del dueño, y no sólo
de ella, al fin y al cabo, vasijas de barro somos, pero en manos de un buen
alfarero.
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