En la decada de los 60 del siglo pasado, hubo una reunión en la Iglesia en la que entre otras muchas cosas se dijo lo siguiente.
EL Banco de Alimentos es Un reflejo de ello.
Dios
ha destinado la tierra y cuanto ella contiene al uso de todos los hombres y de
todos los pueblos, de modo que los bienes creados, en una forma equitativa, deben
alcanzar a todos bajo la guía de la justicia y el acompañamiento de la caridad.
Cualesquiera que sean, pues, las formas determinadas de propiedad legítimamente
adoptadas en las instituciones de los pueblos, según circunstancias diversas y
variables, jamás se debe de perder de vista este destino común de los bienes.
Por tanto, el hombre al usarlos no debe tener las cosas exteriores, que legítimamente
posee, como exclusivas suyas, sino también considerarlas como cosas comunes, en
el sentido de que deben no sólo aprovecharle a él, sino a todos los demás. Por
lo demás, todos los hombres tienen estricto derecho a poseer una parte
suficiente de bienes para sí mismos y para sus familias.
En este sentido han
enseñado los padres y doctores de la iglesia que los hombres están obligados a
ayudar a los pobres, y, por cierto, no solamente con los bienes superfluos. Y
quien se encuentra en extrema necesidad tiene derecho a procurarse lo necesario
tomándolo de la riqueza de otros.
El Sagrado Concilio, teniendo presente la
difusión del hambre en el mundo insiste en rogar, sea a los individuos, sea a
las autoridades, que, recordando aquella frase de los padres: “Da de comer al
que muere de hambre, porque si no le diste de comer, lo mataste”, cada uno
según su posibilidad emplee realmente sus bienes o dé una participación de
ellos; y, principalmente, proporcionando a los individuos o a los pueblos
ayudas con que puedan ayudarse a sí mismos y desarrollarse.
Concilio Vaticano II. GS 69,1
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