SECUNDARIA
40 días de conversión
Imagínate que un día sales de casa, porque has
quedado con alguien con quien sueles encontrarte siempre en el mismo sitio.
Antes de salir, no ves que te ha escrito un e-mail diciéndote que no estará
allí, sino en otro lugar. Sales de casa, sabiendo de sobra las calles por las
que tienes que ir, el autobús que tienes que tomar y la parada en la que tienes
que bajarte, porque no entra en tu esquema que haya cambiado sus planes.
Da la casualidad de que el autobús, se detiene
en la parada donde te está esperando tu amigo. Él te ve y te hace señas para
que bajes, pero vas a lo tuyo, oyendo música, mirando el reloj porque el
autobús se ha retrasado y no te enteras.
Él echa a correr hacia la siguiente parada
mientras te llama al móvil para decirte que te bajes. Pero con la música, no te
das cuenta de que te está llamando. De hecho, ni siquiera ves que la persona
que va a tu lado te hace señas indicando que te está sonando el móvil.
Tu amigo, viendo que no puede avisarte, decide
esperar al siguiente autobús e ir al sitio de siempre y allí contarte lo
ocurrido. Es verdad que el resultado es el mismo; un encuentro, pero todo
hubiera sido más sencillo si te hubieras planteado que podía haber cambios, o
hubieras prestado atención a tu móvil.
Creo que en la relación con Dios, muchas veces
nos ocurre lo mismo. Salimos a buscarle donde siempre le hemos encontrado, sin
pensar que puede estar esperándonos en un sitio nuevo. Por eso, tal vez la
Cuaresma sea un buen momento para recalcular nuestra ruta y con todo, mirar al
móvil de vez en cuando, atentos a sus mensajes.
PRIMARIA
BUSCAR
A DIOS DONDE SE ENCUENTRA
El ermitaño, en oración oyó claramente la
voz de Dios. Le invitaba a acudir a un encuentro especial con Él. La cita era
para el atardecer del día siguiente, en la cima de una montaña lejana.
Temprano se puso de camino; necesitaba
toda la jornada para llegar al monte y escalarlo. Ante todo, quería llegar
puntual a la importante entrevista.
Atravesando un valle, se encontró a
varios campesinos ocupados en intentar controlar y apagar un incendio declarado
en el bosque cercano, que amenazaba las cosechas y hasta las propias casas de
los habitantes. Reclamaron su ayuda porque todos los brazos eran pocos. Sintió
la angustia de la situación y el no poder detenerse a ayudarles. No debía
llegar tarde a la cita y, menos aún, faltar a ella. Así que con una oración que
el Señor les socorriera, apresuró el paso, ya que había que dar un rodeo a
causa del fuego.
Tras ardua ascensión, llegó a la cima de
la montaña, jadeante por la fatiga y la emoción. El sol comenzaba su ocaso;
llegaba puntual, por lo que dio gracias al cielo en su corazón.
Anhelante esperó, mirando en todas las
direcciones. El Señor no aparecía por ninguna parte. Por fin descubrió, visible
sobre una roca, algo escrito. Leyó: “Disculparme, estoy ocupado ayudando a los
que sofocan el incendio”.
Entonces comprendió dónde debía
encontrarse con Dios.
Vidal Ayala. “La voz del bosque”. PS
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