martes, 18 de septiembre de 2018

MARTES 18 DE SEPTIEMBRE, Al otro lado del mar.


AL OTRO LADO DEL MAR

Jesús marchó a la otra parte del Mar. Lo seguía mucha gente venida del Sur, porque habían visto que allí todo podría ir mejor. Jesús buscó un lugar para estar y se sentó allí con sus discípulos y discípulas. Dios estaba presente allí también y no faltaban ocasiones para la fiesta. (Relato inspirado en Jn 6, 1-15)

Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente preguntó a uno de sus amigos: «¿con qué compraremos panes para que coman estos?» (lo decía para tantearlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer). Felipe le contestó: «yo creo que haría falta seis mil euros para que cada uno tuviera un pedazo». Otro de sus discípulos, el hermano de uno de los más próximos a Jesús, le dijo: «no tenemos mucho, en Europa hay mucho paro y hay pobres también aquí, apenas podemos ofrecerles un poco de pan, pero nada más».

Jesús dijo: «decidles que se sientan en casa, que estén tranquilos; queremos que se sienten y que estén con nosotros». Había mucha riqueza en aquel lugar. Se sentaron: solo los hombres eran unos cinco mil. Las mujeres y menores eran muchos menos pues es mucho más difícil para ellos poder realizar con éxito un viaje tan duro como éste. Muchos mueren en el camino, es mucha la incertidumbre que te acompaña siempre, muchas mujeres son abusadas y muchos de tus derechos ninguneados.

Jesús tomó en sus manos aquello que podían compartir: un poco de pan, un centro donde acogerles, una llamada de teléfono, el trabajo de las ONGs, tantas personas de Iglesia que dan su tiempo junto a las personas migrantes, la solidaridad con las personas que huyen de la pobreza en la que el Norte es cómplice, la creatividad jurídica para facilitar el reconocimiento del derecho de asilo a los refugiados, la verdad sobre la inmigración como auténtica inyección para el desarrollo del país de acogida, fondos del Estado para los servicios sociales y tantas iniciativas de una buena parte de la ciudadanía. Dio gracias Jesús por todo esto, y, a través de la gente, lo repartió a los que estaban sentados.

Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos y discípulas: «recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie». Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido.

La gente, al ver el signo que había hecho, decía: «Señor, tú puedes solucionar esta situación y tantos otros retos que tenemos». Pero Jesús, viendo que con esto lo que querían no era sino desentenderse de su propio compromiso y ejercicio de su compasión personal, se retiró otra vez a la montaña, él solo.

Impresionan los muchos paralelismos entre la multiplicación de los panes y los peces y la realidad que estamos viviendo actualmente: las muchas personas subsaharianas que sueñan con poder venir a Europa donde poder trabajar y construir un futuro mejor para sus familias, junto al miedo de Europa a no saber cómo hacer. El Evangelio anima a confiar en la humanidad, el pan compartido en la Eucaristía está llamado a ser pan compartido en la vida. En palabras de Casaldáliga:

Unidos en el pan los muchos granos,
iremos aprendiendo a ser la unida
Ciudad de Dios, Ciudad de los humanos.
Comiéndote sabremos ser comida.
El vino de sus venas nos provoca.
El pan que ellos no tienen nos convoca
a ser Contigo el pan de cada día.
Llamados por la luz de Tu memoria,
marchamos hacia el Reino haciendo Historia,
fraterna y subversiva Eucaristía.

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