viernes, 7 de septiembre de 2018

VIERNES 7 DE SEPTIEMBRE. Un nuevo curso de Servicio



Y aquí estamos de nuevo. 

Otro curso nuevo, otro curso más y uno menos para llegar a esa meta. Hay caras nuevas, repetidas y algunas que echamos en falta.  La novedad en breve será normalidad y en menos que canta un gallo, ya  estamos a saco metidos en el curso.
Hay quienes estaréis con nervios,  algunos con ganas de venir, y otras de iros. Pero en cuanto nos encontramos con nuestros antiguos compañeros y compañeras, ya está. Ya estamos en linea,  en onda y  en camino.

Y en ese camino, en ese caminar, todos y todas tenemos una misión. 


Hablar de misión es hablar del sentido de la vida: reconocer que tienes una misión dice mucho de tu identidad, de tus orígenes, de tus sueños y del por qué haces las cosas. Para empezar, afirma que te tomas bastante en serio aquello que haces. Es decir, que eres capaz de focalizar tus propios intereses en pro de una dedicación máxima a aquello que te apasiona. Y de hacer con más alegría aquello que toca hacer aun sin ganas.


Los auténticos apasionados por la vida que he conocido han sido personas con una misión (algunas de esas personas ni siquiera eran conscientes de ello). A pesar de que esto suena rimbombante, las misiones no suelen ser por lo general grandiosas. Una misión se caracteriza por ser precisa, concreta, a veces con nombre y apellidos, siempre uniendo el día a día con la utopia: en las personas más adultas puede ser  cansarse cada día conviviendo con los niños de un centro de menores porque merece la pena luchar por su futuro; salir cada día a los campamentos donde viven cientos de migrantes que quieren pasar a Europa porque el Espíritu sopla en su búsqueda de dignidad; preparar apasionadamente una clase para alumnos de la ESO aunque lo que se busque es ayudarles a crecer en su auténtica plenitud humana; acompañar a una comunidad buscando que Dios tenga un lugar más grande en la vida de todos; ser madre o padre, desde luego, también es una gran misión. 
pero... Y en un pre-adolescente o adolescente, ¿cual es su misión? formarte, agarrarte a unos valores que haces tuyos, hacer el bien y hacerlo bien (¿os suena la frase?). Pero también ser amigo de tus amigos, apoyarles cuando te necesiten, decirles la verdad aunque les, luchar por un mundo mejor y más justo, ayudar, participar, colaborar en aquellas iniciativas que hagan tu mundo y el mundo que te rodea mejor y más justo, esa es tu misión. 


Todas las misiones tiene objetivos algunos más o menos concretos y otros no tanto porque se están definiendo.. Pero conviene no confundir estos objetivos con una ambición o una meta propia. Lo que le da valor a la misión es el esfuerzo por responder a la necesidad de otros. Todo ello configura un modo de vida que llamamos “servicio”, donde las aptitudes personales se unen a las exigencias de la realidad para darle un valor añadido al tiempo empleado y a la tarea en sí. La recompensa no es tanto un resultado positivo (por el que ciertamente se trabaja) como el sentimiento de plenitud por haber entregado la vida.

A poco que estemos atentos a las redes sociales, Istagram, Facebook... descubrimos que nuestro mundo está lleno de causas por las que merece la pena luchar. Pero no todas tienen que ser para nosotros. Una característica propia de la misión cuando se vive  es que esta no se elige. De algún modo, la misión “nos elige” y a ella nos sentimos enviados. Para los cristianos es igual, un gran ejemplo es Santa Teresa de Calcuta, quien durante un viaje por la ciudad se acercó a un enfermo de la calle y sintió que cuando este le dijo “tengo sed” era Jesús mismo quien le estaba hablando. Y a partir de aquel día se entregó por completo a los más pobres de entre los pobres, primero en su ciudad, luego en todo el mundo. Pero hay ejemplos más cercanos: quien se sintió llamado a entregarse a la causa ecológica después de ver la “seta” de contaminación sobre su ciudad; o quien después de un voluntariado con niños entendió que su misión en la vida pasaba por dedicarse a la enseñanza.  

Y es que el mundo y Dios siguen llamando a la misión. Lo hacen de manera continua, a través de la realidad, a través de nuestros sentidos. Quizás tal vez no tengas aún claro a qué vas a dedicarte en la vida aunque quieras dejar tu huella en este mundo. Y sientes el deseo de entregarte con generosidad, huyendo de la comodidad. Puedes empezar por pensar que tener una misión es para todos, no para unos privilegiados. Pero hay que dejar de imaginársela como algo espectacular o como una autorrealización personal. Empieza por abrir los ojos, por escuchar y por sentir: la misión está ahí esperándote a que te arremangues la camisa, a que te unas a muchos otros apasionados y a que sirvas con alegría. 


QUE NUESTRO SELLO DE IDENTIDAD Y MISIÓN COMO COLEGIO SEA EL SERVICIO, INDEPENDIENTE DE SI ERES CREYENTE O NO. ANIMO EN ESTE NUEVO CAMINAR DE SERVICIO



texto escito por sergio Gadea, SJ
Adaptado por Alfredo Gonzalez

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