Estamos en Sevilla en el siglo XVI. Acaba de celebrarse un gran auto de fe, en el que han sido quemados cerca de cien herejes. De pronto, en medio de la multitud, aparece Jesús. El pueblo lo reconoce en el aspecto de su rostro. A su paso, la gente llora, y cae de rodillas. Cura a un anciano y ciego y resucita a una niña, ante el estupor y la conmoción de todos. En aquel momento, delante de la catedral aparece el Gran Inquisidor. Se detiene, contempla la escena y comprende instantáneamente lo que está sucediendo. Entonces ordena a la guardia que detengan a Jesús. Por la noche, el Cardenal Inquisidor se presenta en la cárcel. Y dice a Jesús que guarda silencio:
“¿Por qué has venido a estorbarnos?... Tú quieres irle al mundo, y le vas, con las manos desnudas, con una ofrenda de libertad que ellos, en su simpleza su innata cortedad de luces, ni imaginar pueden, que les infunde horror y espanto... porque nunca, en absoluto, hubo para el hombre y la sociedad humana nada más intolerable que la libertad. Y ¿ves tu esas piedras en este árido y abrasado desierto?. Pues conviértelas en pan, y detrás de ti correrá la humanidad como un rebaño, agradecida y dócil, aunque siempre temblando, no sea que tú retires la mano y se les acabe el pan. Pero tú no quisiste privar al hombre de su libertad, y rechazaste la proposición, porque ¿qué libertad es esa, pensaste, que se compra con pan?... Ninguna ciencia les dará pan, mientras continúan siendo libres, sino que acabarán por traer su libertad, y echarla a nuestros pies y decirnos: mejor será que nos impongáis vuestro yugo, pero darnos de comer. Comprenderán por fin, que la libertad y el pan de la tierra, las dos cosas juntas para cada uno, son inconcebibles, porque nunca, nunca sabrán ellos repartírselas entre sí. Se convencerán asimismo de que tampoco pueden ser nunca libres, porque son apocados, viciosos, insignificantes y rebeldes... Nos admirarán y nos tendrán por dioses, por habernos avenido, estando a la cabeza de ellos, a soportar la libertad que ellos temían, y señorearlos... Pero nosotros decimos que somos siervos tuyos, y gobernamos en tu nombre. Volveremos a engañarlos, porque ya no te permitiremos que te nos acerques...
Te digo que no hay para el hombre preocupación más grande que la de encontrar cuanto antes a quien entregar ese don de la libertad con que nace esta desgraciada criatura. Pero sólo se apodera de la libertad de las gentes quien tranquiliza su conciencia... Tú querías el libre amor del hombre, para que, espontáneamente, te siguiese, seducido y cautivado por ti... ¿Pero es que no pensaste que acabaría rechazando y poniendo en tela de juicio tu propia imagen y verdad, si los cargabas con peso tan terrible como la libertad de elección?... Existen tres fuerzas, sólo tres fuerzas en la tierra capaces siempre de dominar y cautivar la conciencia de esos débiles rebeldes para su felicidad: milagro, misterio y autoridad... ¿Qué importa que ahora, por todas partes, se rebele contra nuestro poder y se ufane de su rebelión? Es la rebeldía de un niño y de un colegial... Pero el rebaño volverá a reunirse y otra vez se someterá, y ya para siempre. Entonces, nosotros les proporcionaremos la felicidad mansa, apacible de los seres apocados como ellos... Sí, nosotros les obligaremos a trabajar; pero en las horas de asueto ordenaremos su vida como un juego de niños, con infantiles canciones, coros e inocentes bailes. ¡Oh, les absolveremos de sus pecados: son débiles y sin bríos, y nos amarán como niños por consentirles pecar! Les diremos que todo pecado será redimido, si lo cometieron con nuestra venia; les permitiremos pecar porque les amamos. El castigo de tales pecados cargaremos con él... Y no tendrán secreto alguno para nosotros. Les consentiremos o les prohibiremos vivir con sus esposas y queridas, tener o no tener hijos - todos contando con su obediencia - y ellos se nos someterán con júbilo y alborozo. Los más penosos secretos de su conciencia, todo, todo nos lo traerán; y nosotros les absolveremos de todo, y ellos creerán en nuestra absolución con alegría, porque les librará de la gran preocupación y las terribles torturas actuales de la decisión personal y libre. Y todos serán dichosos, todos esos millones de criaturas. Excepto los cien mil que sobre ellos dominen. Porque sólo nosotros, los que guardaremos el secreto, sólo nosotros seremos infelices.
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