El Reino de los cielos es semejante a dos hermanos que vivían
felices y contentos, hasta que recibieron la llamada de Dios a hacerse discípulos.
El de más edad respondió con generosidad a la llamada,
aunque tuvo que ver cómo se desgarraba su corazón al separarse de su familia y
de la muchacha a la que amaba y con la que soñaba casarse. Pero, al fin, se
marchó a un país lejano, donde gastó su propia vida al servicio de los más
pobres. Se desató en aquel país una persecución de resultas de la cual fue
detenido, falsamente acusado, torturado y condenado a muerte.
Y el Señor le dijo: “Muy bien, siervo fiel y cumplidor. Me
has servido por el valor de mil talentos. Voy a recompensarte con mil millones
de talentos. ¡Entra en el gozo de tu Señor!”
La generosidad del más joven fue menor. Decidió ignorar la
llamada, seguir su camino y casarse con la muchacha a la que amaba. Disfrutó de
un feliz matrimonio, le fueron bien los negocios y llegó a ser rico y próspero.
De vez en cuando daba una limosna a algún mendigo o se mostraba bondadoso con
su mujer y sus hijos. También de vez en cuando mandaba alguna pequeña suma de
dinero a su hermano mayor que se encontraba en un remoto país, adjuntándole una
nota que decía: “Tal vez con esto puedas ayudar mejor a aquellos pobres diablos”.
Cuando le llegó la hora, el Señor le dijo: “Muy bien, siervo
fiel y cumplidor. Me has servido con valor de diez talentos. Voy a
recompensarte con mil millones de talentos. ¡Entra en el gozo de tu Señor!”
El hermano mayor se sorprendió al oír que su hermano iba a
recibir la misma recompensa que él. Pero le agradó sobremanera. Y dijo: “Señor,
aun sabiendo esto, si tuviera que nacer de nuevo y volver a vivir, haría por Ti
exactamente lo mismo que he hecho”.
Anthony de Mello. “El
canto del pájaro”, p. 151
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