Michael Caine y Sean Connery, durante el rodaje
de una película en Marruecos, iban a Marrakesh en un jeep cuando vieron en la
carretera polvorienta a un anciano que caminaba lentamente con una gran carga
sobre sus hombros. Pararon el vehículo e invitaron cordialmente, en francés, al
buen hombre a subirse con ellos, una vez que les dijo que iban al mismo sitio.
El anciano les contestó dulcemente: “Sí, podría ir con ustedes y llegaría dos
días antes, que es lo que me va a costar a mí el camino andando, y me ahorraría
el polvo y el cansancio, y por todo ello les agradezco a ustedes su delicadeza
en parar e invitarme. Pero miren, por favor, la situación por un momento desde
mi punto de vista. Yo hago todos los años este mismo camino en esta época del
año. Me paro en lugares donde me conocen, y saludo a mis amigos que esperan mi
paso. Si nos los veo, echaré de menos su compañía anual, y ellos incluso
creerán que yo he fallecido si no me ven, pues saben que soy ya viejo y que no
he de faltar a la cita mientras pueda, pues nunca he faltado en los últimos
cuarenta años. Además, señores, les digo de verdad. Si voy con ustedes, llegaré
dos días antes, pero ¿de qué me sirve a mí llegar dos días antes? Los mismos
días he de estar, llegue antes o llegue después. Estaré lo que dure la venta de
mis mercancías, y me volveré cuando las acabe como siempre he hecho y como haré
siempre. No tengo citas ni conozco calendario. Mis caminos los miden mis pies,
y mis días los cuentan mis andares. Acepten, por favor, mi gratitud, pero
permítanme seguir mi camino a mi paso”.
Michael Caine comenta: “No era una lógica muy
occidental, pero sí una buena lección para nosotros los occidentales”.
Carlos G. Vallés. Vida Nueva nº 2.059 de 5
octubre del 96
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