SECUNDARIA
Cuaresma, camino hacia la alegría pascual
La costumbre es ver la Cuaresma como ese tiempo un poco lúgubre donde tenemos que encerrarnos a 'depurar' nuestra humanidad y nuestro ser cristiano. El único fin es vivir con intensidad la Pasión del Señor, y acercarnos con devoción, a la Semana Santa. Pero no es del todo cierto. La Cuaresma es camino, pero su final no es la Cruz, sino la alegría de la Pascua. Esto nos obliga a cambiar un poco la mirada de estos días que transcurrimos entre oraciones, ayunos y limosnas. Es desierto, para poder vivir la plenitud de la Presencia de un Dios que sale en cada rincón a llenarlo todo con su alegría. Es subida, porque toda meta requiere algo de sufrimiento, de costoso, de esfuerzo. Es Jerusalén, porque a la muerte le sigue la Vida, y no se trata de un punto y aparte, sino de un punto y seguimos. ¿A quién? A Jesús que da la vida por nosotros y que, con eterno amor, se entrega para salvarnos a cada uno en su propia situación y desde su propia realidad.
San Ignacio nos recuerda, en los Ejercicios Espirituales, la utilidad de las penitencias internas, que bien podríamos recuperarlas en este tiempo de Cuaresma. La finalidad, dice el santo, de este tipo de penitencias es dolerse por dentro. No se trata de vivir una Cuaresma solo retocando con cierto 'maquillaje cristiano' el exterior de nuestra vida. Tenemos que dejar que nos vaya calando la Gracia de Dios. Nuestro corazón ha de empaparse de esta gracia, de ese afecto a Jesús y a su Reino, que nos alcanzará en la alegría de la Pascua. Por esto, la Cuaresma tiene todo su sentido. Necesitamos tiempos, silencios, espacios… para dejarnos impregnar por dentro, para dolernos y afectarnos por las cosas de Dios, con el único deseo de traspasar el dolor y el sufrimiento de la Pasión para vivir en plenitud la Pascua.
La Cuaresma es un tiempo precioso para afinar nuestro interior: ser más sensibles a la realidad que nos rodea, buscar en ella las huellas de Dios que –como baldosas amarillas– nos conducen al encuentro, y dejarnos alcanzar por la gracia de un Dios que quiere para nosotros la felicidad y la alegría. Aunque cueste, aunque haya que recorrer caminos de subida y asumir muchas cruces. La Cuaresma merece la pena.
PRIMARIA
María había recogido la mesa. Tomó con la punta de los dedos las cuatro esquinas del paño y salió al patio, llevándolo con la delicadeza del que lleva un tesoro. Apenas lo sacudió al aire, ocho palomas acudieron con su posar torpe, a por el escaso, pero constante, festín de migas de pan. Jesús se presentó allí como uno más. —Mamá, el sábado llegó al palomar de Jonatán (el que siempre lleva el burro cargado de mercancías) una paloma que llevaba en la pata un pequeño papiro con un mensaje. ¿A que no adivinas lo que ponía? —¿Cómo lo voy a saber? Pero... a lo mejor... haciéndote unas preguntitas... lo saco. Me tienes que mirar muy fijo a los ojos. Puede ser... ¿unaboda? —No. —Puede ser... ¿la visita del rey Herodes? —No. Te estás desviando. Frío, frío. —Entonces será... ¡un nacimiento! —¡Sí! ¡Qué lista eres! ¡A su hijo le ha nacido un varón! —Mira, Jesús, las palomas siempre nos traen buenas noticias. ¿Te acuerdas de la historia de Noé? —Me la sé sin pararme —y comenzó la narración del diluvio, con la precipitación de un chaparrón—: «Yavhé dijo a Noé:
—Entra en el Arca con toda la familia...». —Espera, espera, que no sabes lo que ocurrió dentro del Arca. Cuando los relámpagos obligaban a cerrar los ojos, y los truenos apretujaban a los animales asustados, había una paloma, serena, posada sobre el marco del ventanuco, viendo llover, llover y llover. Parecía que no se cansaba de vigilar. Al cabo de cuarenta días dejaron de repiquetear las tablas del techo. Respiraron a humedad todos los animales. Noé no veía casi nada, porque los nubarrones feos hacían una barrera para no dejar pasar al sol. —Paloma —dijo Noé—, ¿te puedo pedir un favor? La paloma giró el pico para mirar a su dueño. —No puedo saber si han bajado las aguas. Tú eres el único animal que no se ha asustado, ¿puedes revolotear por fuera y avisarme? El cuervo gruñón, enfadado con todos los animales, no aguantó más y se escapó. I cambio la paloma... —¡Volvió con una hoja de olivo en el pico! —se apresuró a terminar, Jesús. —Te lo sabes muy bien. Desde aquel día las palomas aprendieron a enviar mensajes de esperanza a los hombres. —Oye, Mamá, ¿a ti nunca te ha llegado una paloma mensajera? —Cuando aún no habías nacido, llegó de Ain-Karim la paloma del tío Zacarías, para decirme que subiera rápido a ayudar a tía Isabel, que iba a tener un líijc —¡Mi primo Juan, el fuertote! ¿Y las palomas sólo saben anunciar nacimientos? —Siempre se adelantan para anunciarnos los tiempos de Dios.
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